Cuando has dejado de estar, te conviertes en lo etéreo, se te desvanece el alma, se te rompen los recuerdos, se te cristaliza la mirada.
No aguanto otro día marchitándome. Pero tampoco auguro mejora. Sabes que nada podría ir peor cuando lo tienes todo y todo está roto. Tú estás rota.
Qué jodida la vida, que te da donde más te duele en el momento en que menos te lo esperas.
Me he olvidado de mí misma, sé quién soy pero no me importa, nada me importa, ni los días grises ni los días claros. Ni el dónde, ni el cuando, ni el porqué.
Qué efímera la existencia, que creemos constante, que no podemos asumir que en ocasiones es de mentira. Existir, que palabra más llena de significado, y qué poco le damos.
Aquí dentro hay tanto que no consigo darle valor a nada. Vacío lleno de ruidos, ahí vivo.
Miras adelante y lo ves, te ves. Esa piel, esas manos, esos ojos, todo aquello que le transmitía vida a tu corazón. Pero ahora es diferente. Es rugoso, áspero, banal, del color del olvido. Temblores, jadeos, lágrimas secas, gritos sordos. Tú. Lo que te acompañaba se ha ido y sólo quedas tú.
Me gustaría dedicarle mis textos a una persona, por pequeña referencia que fuera, pero estoy dentro de mí, encerrada y egoísta. Dentro se mueve todo a la velocidad de la luz, pero fuera, todo estático, grita. A veces me susurra y otras me deja sorda. A veces me ahoga y a veces se desvanece por completo antes de ser percibido. También me gustaría expulsarlo todo, respirar, coger aire limpio y soltar todo ésto que me está arrastrando hacia la nada. Pero entonces comprendo que es tarde.
Por eso ya no escribo ningún párrafo que vaya recto, ni te olvido de momento
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