Me deseo suerte a mí misma. Me regalo sonrisas forzadas y no escatimo en gastos cuando se trata de satisfacerme. Me encuentro en los más oscuros laberintos, y recorro cientos de calles vacías buscando un atisbo de tu mirada, la cual ya ni siquiera recuerdo. Supero las presiones y los problemas me divierten, pero me asusta tu recuerdo más que nada en esta vida. Es como una sombra, acechante, sigilosa, que me persigue allá donde vaya, sin el más mínimo pudor. Mi orgullo y mi fuerza interior me han hecho no mostrarlo, me han empujado a buscar más allá del ojo humano y saber diferenciar mi vida de la suya. Mi valentía me ha obligado a recorrer caminos hostiles sin amparo alguno, pero mi sordera está empezando a fallar. Aquella forma de aisarme del mundo está desapareciendo, el vaho del cristal se esfuma y empiezo a ver a través. No me gusta lo que veo, pues intento impregnarlo con mi haliento, pero siempre vuelve desaparecer, dejandome verlo todo con una claridad infinita.
Vivo rápido y no pienso las cosas antes de hacerlas, por temor a arrepentirme después. Y porque si algo he aprendido en esta vida es que las mejores cosas, las más sinceras, son las que se dicen sin pensar, y las que te dejan un rastro de lágrimas en los ojos.
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