A veces leo esto y no me reconozco entre mis palabras. Cada día que pasa soy una persona diferente. Me escondo entre máscaras, humaredas y cristales de vidrio. Cometo faltas imborrables, arrepentimientos efímeros y oscurezco cualquier claridad presente en cualquier parte. Mi mente me dice que cese, que acabe con este desasosiego interior, pero exteriormente me siento abatida. Los sentimientos se me acumulan y las palabras se me traban sin que pueda evitarlo. Leo y escucho escapando de mis propios pensamientos positivos mientras la negatividad llama a mi puerta. Se alía con quien sea, no tiene escrúpulos. La insipiración se desvanece y la sordera no consigue apiadarse de mi.
Y mientras tanto, música hace que salga de todo aquello que me atormenta. Pero a su vez está el recuerdo, aquella memoria impenetrable que me mata por dentro y que de vez en cuando, sin que la elección sea mía, se presenta en mi casa, en mi cama, en mis sueños, y pretende apoderarse de mí. Es muy potente, y yo no estoy segura de que me queden fuerzas.
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