miércoles, 25 de septiembre de 2013

Catalepsia emocional.

O no.
A veces evadirse es la solución. Convertirse en polvo. Dejar que fluya, y nada más. Porque hay momentos en los que el ser humano no necesita nada más que eso, olvidar. Dejarse ir a los parajes más extraordinarios que podemos imaginar, pero sin moverse del sitio.
Porque así es ahora. Estático. Todo a tu alrededor comienza a andar y tú eres incapaz de moverte. ¿Hacia dónde? Ni siquiera sabes eso. Ni siquiera eres capaz de imaginarte quién te acompaña; porque no hay nadie. Lo que más te llena por dentro es el vacío de tu pecho, los latidos de un corazón que imaginas muerto, porque no sabes si en realidad está ahí. Y tampoco sabes en qué estado; si duro, frágil, hecho pedazos o más entero que nunca.
Quizá eso es lo bonito de la vida, no esperar. No estar, ser. Evadirte en una nube de humo que te aleje del mundanal ruido, de lo banal de la existencia, de ti mismo. Porque la persona más ensordecedora del universo está dentro de ti, asfixiándote y no dejando ni una gota de aire limpio. "¿Hasta cuándo va a durar esto?", te preguntas. "¿Qué hacer si no espero nada?". "¿Cómo podéis ser tan simples?". Quizá es que las personas más felices lo son.

Se que no hay nada cuando no entiendo ni lo que digo. O se que está todo, pero no puedo ordenarlo. Ni siquiera lo espero, sólo lo siento. Y es que solemos encontrar el sentido cuando lo vemos todo caótico. Y es que solemos encontrarnos a nosotros mismos cuando más perdidos estamos.

Yo no estoy.

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